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Entrevista a Juan Sabbagh por Inés
Moisset para
30-60 Cuaderno Latinoamericano de Arquitectura N°23
Envolventes, Editorial i+p, Córdoba.
Entrevista realizada en el marco del SISTECCER, VI Congreso
de Sistemas y Tecnologías de Cerramientos de Edificios.
Arquitecto
(1975), Universidad de Chile. En 1984 funda junto a Mariana
Sabbagh la oficina Sabbagh Arquitectos, desarrollando
una extensa variedad de proyectos en las áreas
industrial, comercial, habitacional, oficinas y servicios.
Desde 1994 es profesor en la FAU de la Universidad de
Chile, cuyos alumnos han obtenido varios premios en concursos
nacionales e internacionales. En 2000 obtiene el premio
a la excelencia otorgado por ILAFA (Instituto Latinoamericano
del Fierro y del Acero). En 2001 obtiene el premio Fermín
Vivaceta por los aportes y propuestas tecnológicas
de su obra. Premio Nacional de Arquitectura de Chile
2002. Presidente Nacional del Colegio de Arquitectos
de Chile, 2005-2006.
I.M. Para comenzar
nos gustaría
saber cómo
se constituye tu estudio.
J.S. Nosotros en el estudio somos más
o menos 30 personas: 25 arquitectos y el resto administrativos.
Estamos organizados en una estructura de talleres como
en la universidad. Y hay 4 talleres a cargo de un arquitecto
y nosotros los socios que trabajamos en los distintos
talleres. Es una oficina abierta. Todo interconectado:
escritorios, mesas de trabajo, computadores, trabajamos
en grupo y colgamos. Corregimos como en la universidad.
Está lleno de papeles pegados, maquetas por todos
lados.
I.M. ¿Cómo empezás
el encargo?
J.S. El tema es que hay que entender
el problema. Cuando uno entiende, las soluciones son
fáciles. La
gran dificultad es que la gente no entiende los problemas,
no entiende las preguntas y ese es el problema:
dan respuestas sin entenderlo.
¿Cuál es la tragedia de los expertos? Es
que saben mucho. Nunca se preguntan, siempre tienen la
respuesta lista y por eso se equivocan. ¿Has visto
algún economista rico? Siempre dicen después
por qué fueron las crisis. ¿Por qué no
saben antes? O los tipos que hacen pronósticos deportivos...
no entienden el tema.
¿Qué hacemos los arquitectos?
Nuestra gran fortaleza es que no sabemos nada, porque somos
ignorantes. Sabemos algo de técnica, un poquito
de economía,
un poquito de historia, algo de dibujo... Entonces
estamos obligados a entender el problema y cuando uno
lo entiende, lo sitúa en su verdadera realidad
y si requiere a un experto del tema y se lo contrata. ¿Para
qué saber ingeniería? Cuando entendí,
contrato un ingeniero que resuelva el problema de ingeniería
y yo tengo que dedicarme a hacer una síntesis
de lo que sí puedo resolver.
I.M. ¿Cómo
es la relación con las
tecnologías del arquitecto latinoamericano donde
la tecnología no es la misma de la Unión
Europea o no tenemos asesoramiento sobre las tecnologías?
J.S.
En nuestra profesión uno opta. Uno puede
quedarse con lo que hay, y construir con lo que hay que
se hace muy bien: trabajar con hormigones, con ladrillo,
con madera. En Latinoamérica te encuentras
tú no solamente tecnología sino gente que
te apoya en la construcción y lo hace muy bien.
El problema es cuando uno intenta de incorporar cosas
nuevas, no con el ánimo de experimentar por el
solo hecho de experimentar, o querer ponerse contra el
mundo cuando no tenemos posibilidades, sino porque uno
ve en los materiales nuevos posibilidades para mejorar
la calidad de vida de los espacios que uno hace.
Por ejemplo, a nosotros lo que nos sobra en Latinoamérica,
son los paisajes increíbles. Tenemos paisajes
distintos y todos son maravillosos. Y al mismo tiempo
el clima nuestro es un clima apto para usar los exteriores
y se pueden usar todo el año. Incluso en las zonas
extremas como Ushuaia o Punta Arenas también puedes
salir una buena parte del día. No son tan terribles
los fríos. Entonces el vidrio es un material que
posibilita la conquista de los espacios exteriores y
tú dices: lo uso.
Lo mismo pasa con otras tecnologías,
como el acero. El acero es usado en nuestros países
como material de complemento, para hacer más resistente
el hormigón, para hacer una escalera, pero no
es protagonista de la arquitectura. Entonces uno dice
hoy existen aceros especiales, existen formas distintas
y entonces, ¿por qué no hacemos una propuesta
donde el acero sea protagonista? Tampoco con el ánimo
de copiarles a los europeos y porque yo quiero ser moderno,
sino por necesidades reales.
En Latinoamérica la
industria pasó por
el desafío de la reconversión económica.
Cuando se cambia la economía, los países
empiezan a producir no solamente para satisfacer a sus
habitantes sino para exportar. Al mismo tiempo se liberan
las trabas que existen sobre la forma de producción.
Y eso produce un fenómeno impresionante y es que
las industrias empiezan a reconvertirse rápidamente
y en un mundo tan competitivo, con tantas oportunidades
resulta que tú haces una industria que produce
zapatos y a los cinco años después hace
chaquetas y después hace sombreros. Las máquinas
sirven para muchas cosas. Bueno, nosotros dijimos aquí lo
que hay que hacer es un contenedor porque no es posible
hacer una industria asociada a lo que produce, porque
no es real. Hay que hacer una industria con una flexibilidad
gigantesca.
El tipo que está adentro operando la
máquina,
sus padres son obreros, aprendió a leer a duras
penas y opera una máquina digital que vale 1 millón
de dólares. ¿Cómo le entregas el
espacio que dignifique a la persona? Y por lo tanto aparece
una componente nueva y es la necesidad de mejorar la
calidad de los espacios donde la gente trabaja y hay
una mayor responsabilidad.
El acero permitió hacer
esas cosas, salvar grandes luces, sin poner pilares al
medio, hace estructuras livianísimas,
flexibles a morirse porque que se puede cambiar la máquina
y al mismo tiempo hacerlos baratos.
Entonces la investigación
de los materiales de nuestros países siempre tiene
que estar orientada a una utilidad, a ser útiles
para nuestros países.
No con el ánimo de parecerse a Gehry o a Foster.
Los edificios que hace Foster son impensables en América
Latina por su presupuesto y porque llegan a sofisticaciones
que parecen ridículas.
La célula fotovoltaica,
todo el mundo sabe, es una tecnología que está en
pañales,
que cuesta 3 veces más producir electricidad por
esa vía que por un sistema más convencional
y nuestros países no son tan demandantes de energía,
para que meterle células fotovoltaicas. ¿No
es más fácil meter luz adentro y calentarse
con el solcito y meter una ventanita?
Entonces es lo que nosotros hemos intentado hacer y siempre
investigando y buscando nuevos materiales, pero tomados
de la mano con la situación del país.
I.M. ¿Cómo considerás
la posibilidad de actuar en distintas instituciones,
la Universidad, el Colegio de Arquitectos...
J.S. En Chile es especialmente duro
porque el Colegio no tiene poder alguno. No tiene control
sobre la ética,
no tiene control sobre los contratos, ni para ejercer.
Es de adscripción voluntaria y eso lo hace más
duro, todo es voluntario. No todos están ahí por
intereses gremiales, y muchos están ahí por
intereses personales o políticos. Entonces chocó con
mi realidad.
Pero tuve que hacerlo por un tema... La arquitectura
es una profesión vocacional, como ser médico
o maestro. Sirve para ganarse la vida pero si no tienes
vocación para ser arquitecto no puedes ser arquitecto
porque la arquitectura es de las profesiones más
dolorosas que existen.
Es dolorosa porque haces algo que no es para ti. Es como
tener un hijo que el padre es otro. Tú siempre
trabajas para alguien pero como esto nace de un proyecto
creativo tienes una relación filial con la obra.
Entonces duele...
Segundo es que la arquitectura no tiene
término,
sino que hay que terminarla y siempre hay nuevas ideas.
Cuando tú la terminas y la ves construida le encuentras
un millón de cosas. Yo lo graficaba con una frase
"los arquitectos estamos condenados a ser infelices".
Es un placer interrumpido. Entonces cuesta mucho hacer
arquitectura.
Pero por otro lado tiene una fuerza interior
impresionante y tiene además un objetivo que es
lo más
sublime que puede tener una profesión que es trabajar
en donde trascurre la vida de la gente. Y eso implica
una responsabilidad gigantesca, porque uno posibilita
que la gente sea feliz, si uno le dota de los espacios
adecuados.
En las manos de uno está el respeto a la naturaleza,
el que la familia se desenvuelva bien, en que la gente
tenga espacios dignos, que se sienta persona. Junto al
rol vocacional, tiene un rol social. Entonces los arquitectos
no podemos quedarnos en nuestras casas y con las manos
en los bolsillos. Tenemos el deber de juntarnos, de intercambiar
y luchar por una causa que nos es común.
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