Los desastres naturales no existen.
El desastre es la expresión social de un fenómeno
natural. A lo largo de varias siglos, la Ciudad de
Buenos Aires primero y su Área Metropolitana
después han ido bajando, hasta ocupar una superficie
cada vez mayor de terrenos bajos.
Detrás del loteo inescrupuloso han venido las
obras salvadoras, cuya contribución a la solución
de los problemas siempre fue menor de lo esperado.
Sin embargo, siempre se pidió y prometió la
solución definitiva de las inundaciones urbanas,
sin preguntar si esa solución era técnicamente
factible y, además, si la podríamos pagar.
¿Nos atreveremos a decir que no hay solución
definitiva y que la mejor gestión de crecidas
es aquella que acepta esa realidad?
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Imagen:
Topografía de la Ciudad de Buenos Aires
Obsérvese la línea de cota 0 y -5
m (Nuñez, Belgrano, Palermo) en coincidencia
con las áreas
más
afectadas por las inundaciones.
Se trata además
de las zonas más densamente pobladas y mejor cotizadas
de la ciudad
Fuente:
Mapa extraido de Hidrogeologia de la Ciudad de
Buenos Aires
(Dr.
Miguel P. Auge)
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Sin duda la mejor actuación de Mickey Mouse
en toda su carrera fue cuando representó al
discípulo del mago en la música incidental
de Paul Dukas: "El aprendiz de hechicero",
con la batuta de Leopoldo Stokowsky. Por una vez Mickey
pudo liberarse de la banalidad de los argumentos de
Disney y mostrar su capacidad actoral en un conflicto
humano.
El equipo Dukas, Stokowsky, Mouse, nos muestra una
inundación artificial. No se debe al capricho
de la naturaleza, sino que es el resultado de la acción
humana (o ratonil) que pone en marcha mecanismos que
después no sabe o no puede contrarrestar.
Lo que hace a Buenos Aires inundarse es muy, pero muy
semejante.
En las últimas semanas, la Ciudad de Buenos
Aires sufrió graves inundaciones. A quienes
las administran en diferentes períodos les suele
resultar más fácil hablar de "catástrofes
naturales" para eludir su responsabilidad en
la construcción de esas catástrofes.
No está de más repetir, una y otra vez,
que las catástrofes naturales no existen: el
desastre es la expresión social de un fenómeno
natural.
Como siempre, para entender algo necesitamos saber
su historia.
Las inundaciones nos acompañan desde que la
sífilis que le quemó el cerebro a Pedro
de Mendoza le impidió percibir la topografía
del terreno donde fundó la ranchería
que dedicó a la Virgen del Buen Aire. Así,
nos cuenta Ulrico Schmidel, el cronista de la expedición,
que una iglesia de esa ciudad "se la llevó la
corriente del río", lo que quiere decir
que la puso en el bajo de la barranca, en la zona de
influencia de las sudestadas. Lo más interesante
es que los historiadores oficiales de la Ciudad (Rómulo
Zabala y Enrique de Gandía) desmienten absolutamente
que Mendoza haya fundado en un lugar inundable. Y al
mismo tiempo cuentan de un edificio que se perdió por
la inundación. Ese tipo de contradicciones se
mantiene hasta el presente.
Juan de Garay, con una cabeza más lúcida,
fundó en el alto de la barranca. Sin embargo,
las instrucciones del Rey de España para fundar
ciudades en América eran las del trazado en
cuadrícula, sin que importara mucho lo que hubiera
dentro de esas líneas forzosamente rectas. Así,
Buenos Aires se superpuso a una serie de arroyos, que
los vecinos llamaron "Terceros",
ya que ése
el nombre de los cobradores de impuestos. Sucede que
ambos "se llevaban todo". Ocupar los Terceros
fue el primer error urbanístico importante,
ya que causó inundaciones durante los siguientes
trescientos años, hasta que fueron canalizados
y tapados.
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Imagen:
Arroyo Maldonado de la Ciudad de Buenos Aires
En coincidencia con el cauce del Arroyo Maldonado se ubica uno de los
corredores con mayor desarrollo inmobiliario de los últimos años
Fuente:
Mapa extraido de
Atlas
Ambiental
de Buenos Aires
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Fuera de esto, la
Ciudad atravesó un período bastante estable,
mientras se mantuvo dentro de límites naturales
bien definidos. Que eran, al norte y oeste el arroyo
Maldonado, al este la parte superior de la barranca
del Río de la Plata, y al sur el bañado
de Flores (que terminaba en el Riachuelo).
Los mapas de la Ciudad de fines del período colonial muestran claramente
esos límites naturales. Los cartógrafos del siglo XVIII marcan
el borde de la barranca sobre el Río de la Plata, la playa, los bancos
de arena y los bajos inundables que llegaban al Riachuelo. Ese era el
límite que las leyes coloniales y el sentido común indicaban no
ocupar. Estos detalles aparecerán en todos los mapas hasta los últimos
años del siglo XIX, cuando la especulación inmobiliaria y la política
manden los inmigrantes a vivir a las zonas inundables. Los gallegos irán
a Soldati y Barracas, los tanos a La Boca y los mapas borrarán para siempre
que esas personas fueron a las zonas bajas, que no debían haberse poblado
porque no eran aptas para eso. Miren ustedes cualquier guía de calles
de Buenos Aires y verán que tiene menos información que un mapa
del siglo XVIII.
Tenemos una muy buena descripción de la gran inundación de 1820
en el cuento "El Matadero", de Esteban Echeverría (aunque
lo ambienta varios años después, para hacerla coincidir con la
intriga política). Allí nos cuenta que si uno se subía a
las torres de las iglesias, podía ver la ciudad rodeada de agua hasta
el horizonte. Dato relevante: estaba rodeada de agua del lado de afuera. En la
peor crecida del siglo XIX (y tal vez la peor de la historia de la Ciudad), Buenos
Aires no se inundó. Y es que la historia de las inundaciones es, al mismo
tiempo, la del descenso de la Ciudad hacia los bajos: la parte inferior de la
barranca del Plata, los valles de inundación de los arroyos.
Juan Manuel de Rosas empezó ocupando la zona de bañados de Palermo,
en la costa del Río de la Plata, donde edificó su palacio. El lugar
no era adecuado para eso, pero había una razón política:
desde 1838, una armada francesa boqueaba el puerto de Buenos Aires. Más
tarde se les unieron los ingleses y tuvimos el boqueo anglofrancés. Rosas
tenía que demostrar que era capaz de afrontar cualquier contingencia y
que era lo suficientemente macho como para ganarle a la naturaleza. "Hasta
el barro cimarrón de Palermo y la tierra ingrata se conformaron a su voluntad",
dice Jorge Luis Borges de esa decisión.
A su caída (¡la de Rosas, por supuesto!) varios políticos,
encabezados por Sarmiento, impulsan el proyecto de parquizar el bañado
de Palermo. Lo que significa la mejor decisión posible. Una foto de Buenos
Aires tomada desde la costa nos mostrará la cadena de parques que caracteriza
la Ciudad. Casi todos esos espacios verdes están en el bajo de la barranca,
en el sitio que podía tener un uso recreativo pero no habitacional. Recordemos
que el Palermo de Thays llegaba hasta el borde del agua, que a fines del siglo
XIX estaba en la hoy avenida Figueroa Alcorta.
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Imagen:
Reconstrucción histórica de los límites naturales de la
Ciudad de Buenos Aires área Retiro
Fuente:
Imagen extraida de
Memoria
Visual
de Buenos Aires
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Han sido décadas de irresponsabilidad las que llevaron a crear las condiciones
para que cientos de miles de personas habitaran en terrenos inadecuados para
vivienda. Tal vez haya sido el intendente Crespo (a quien honramos en
el nombre
de un barrio) el que inauguró la simpática actividad de lucrar
con la inundación ajena. Crespo fue el impulsor de los loteos
en el valle
de inundación del arroyo Maldonado. Allí fueron a parar los obreros
de una fábrica de calzado, acompañados enseguida por los pequeños
comerciantes judíos.
Y una vez que hicimos el negocio de meter un montón de gente en tierras
que no debían habitarse, llega el momento de hacer el negocio de la obra
salvadora. En 1924 se proyecta el entubamiento del arroyo y se lo anuncia como
la solución definitiva. En el casi un siglo que siguió, siempre
se prometieron y realizaron obras públicas milagrosas que, en el mejor
de los casos, sólo atenuaron un poco las crecidas. Y en el peor y más
frecuente de los casos, las empeoraron. El entubamiento del arroyo Maldonado
(hoy avenida Juan B. Justo) fue el mejor negocio para los especuladores
y los
vendedores de obras y el peor para los vecinos.
En una sociedad que se fascina por unas cuantas toneladas de cemento, es fácil
convencer a la opinión pública que la obra más grande será,
también la más efectiva. Al esconder el arroyo bajo el
entubado negamos su existencia y pudimos hacer enormes negocios inmobiliarios
con cientos
de miles de personas ingenuas que creyeron que la obra se había hecho
para protegerlas.
Por el contrario, un arroyo cualquiera se comporta en una crecida mucho peor
si está entubado que si corre a cielo abierto. Las paredes del túnel,
las columnas, el propio techo, frenan el escurrimiento y lo hacen mucho más
lento que si lo hiciera en su cauce natural. Hoy el Maldonado inunda más
que si no estuviera entubado. Y, por supuesto, inunda a más gente porque
la falsa sensación de seguridad que dan estas obras, atrae más
y más pobladores ingenuos que creen que la existencia de una ciudad hace
desaparecer mágicamente los mecanismos de la naturaleza.
El negocio de vender primero terrenos inundables y después obras sobre
ellos fue tan rentable, que se repitió con los demás arroyos: Vega,
Medrano, White, Cildáñez, según el mismo modelo de comportamiento.
Y con los mismos escasos resultados.
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Imagen:
Av. Santa Fe inundada (altura Av. Juan B. Justo y arroyo Maldonado)
Frente a esta imagen recurrente: "¿Tiene sentido volver
a cruzar la avenida Santa Fe con cuerdas y botes? ¿No será el
momento de
empezar a construir puentes peatonales?", reflexiona el autor de la nota
(Fuente de la imagen desconocida)
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Hay una cuestión
de fondo que hace que seamos pesimistas con respecto
a las soluciones milagrosas que cada vez escuchamos. Y es que un río o
un arroyo no son comparables a calles llenas de agua. Todo río o arroyo
cava con sus crecidas un área llamada "valle de inundación",
que es la que vuelve a ocupar cuando llueve por encima del promedio. De modo
que hacer un caño de desagüe más o menos sofisticado es técnicamente
viable. Pero modificar la topografía en una zona construida para elevarla,
escapa a las posibilidades técnicas y económicas. Sólo que
nadie quiere arruinar su carrera política diciendo la verdad.
Esta situación está agravándose rápidamente porque
el cambio climático hace que cada vez llueva más en las zonas húmedas.
Para peor, la mayor parte de nuestros decisores políticos no tiene la
menor idea de las profundas implicancias de este fenómeno sobre nuestra
vida cotidiana, y no les interesa conocerlas.
Con el correr de los años, las ciudades fueron creciendo, y en
muchos
casos lo hicieron sobre sus valles de inundación. En definitiva,
eran
zonas próximas, fáciles de ocupar y aun vacías. A veces
se trataba de tierras públicas que podían ser ocupadas gratuitamente
por migrantes que se hacían una casa precaria, con los materiales que
encontraban a mano. Otras, eran tierras baratas que fueron loteadas por empresas
inescrupulosas, toleradas por el poder público. En ocasiones, los propios
gobiernos construyeron barrios de viviendas populares sobre tierras baratas,
sujetas a crecidas. Una investigación que nos estamos debiendo es relevar
todos los planes de vivienda social que se hicieron en el país para saber
cuál es la proporción que se construyó en tierras bajo cota
de inundación. En más ocasiones de las que puedo recordar, un ex
funcionario me explicó: "Eran las tierras que teníamos".
La urbanización de áreas inundables incluye historias de muy fuerte
corrupción política y administrativa, ya que alguien tuvo que permitir
el loteo de terrenos inadecuados para el uso urbano.
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Imagen:
Av. Santa Fe y Humboldt inundada (área de influencia del arroyo Maldonado)
"Es necesario definir con claridad las zonas con riesgo de inundación
y comenzar a actuar en ellas", plantea el autor de la nota
(Fuente de la imagen desconocida)
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Son, entonces, dos fenómenos
paralelos que confluyen para asentar población
en áreas inundables. Por una parte, los valles de inundación de
los arroyos son la ubicación previsible de las villas miseria, las favelas,
callampas o cantegriles de todo el continente. Simplemente, sus habitantes no
tienen el acceso económico a tierras mejores. Pueden ser los amplios valles
de inundación de los arroyos del Gran Buenos Aires, que a veces tienen
una pendiente tan escasa que se requiere un ojo entrenado para detectar sus limites.
O las zonas próximas al río Mapocho, en Santiago de Chile. O las
profundas correderas que llevan al Guayre, en Caracas.
A partir de 1930, el proceso industrial acelera la urbanización vertiginosa
y obliga a utilizar todos los espacios disponibles. Esto hace cada vez más
fuerte la presión social y económica para ocupar los terrenos bajos:
Buenos Aires debe crecer, sin que importe cómo ni dónde lo haga.
La casi totalidad de la superficie del partido de Avellaneda es zona de riesgo.
Nos resultan importantes estos datos como reflejo de una sociedad que necesita
ocupar todas las tierras posibles y que necesita creer en su capacidad ilimitada
para dominar los fenómenos naturales. Por eso, después de cada
obra de atenuación de crecidas se anuncia que se ha logrado "la
solución definitiva".
Pero lo sugestivo es que no son sólo los pobres los que se inundan. El
descenso de las ciudades hacia los valles de inundación de ríos
y arroyos es una parte muy importante de su proceso de expansión, y no
fue tenido en cuenta en todas sus implicancias. Basta con ver en los diarios
de este período las fotos de las inundaciones urbanas o ver también
las fotografías de inundaciones actuales, que afectan viviendas construidas
en este período.
En algunos casos se trata, previsiblemente, de viviendas autoconstruidas por
pobladores marginales. Pero con mucha frecuencia nos encontramos con obras hechas
por profesionales de la arquitectura y emplazadas en áreas inundables.
El caso de varios de los countries de Pilar, que quedaron bajo el agua en una
inundación reciente, es un buen ejemplo de lo que no debe hacerse y se
hace todos los días. Por supuesto, todo el aparato normativo está pensado
para facilitar esas operaciones. Para definir una línea de ribera (es
decir, para saber si un terreno va a quedar adentro o afuera de la zona inundable)
es necesario tener en cuenta las crecidas del último siglo. Las normas
de la Provincia de Buenos Aires consideran que cien años es mucho y toman
sólo 5 años. O sea que basta una breve temporada seca para poner
en el mercado una gran superficie inundable y meter allí a todos los que
confiaron.
Lo que nos lleva a pensar en términos de un cierto estilo de formación
profesional que desestima todo lo que no puede incorporarse al tablero de dibujo.
Precisamente, el ambiente (o, en este caso, los ritmos de la naturaleza) es aquello
que cae fuera del tablero, pero debería caer adentro del proyecto.
El tema también hay que asociarlo al urbanismo y a la política
urbana. Aceptar de una vez que las obras definitivas no existen, que en el mejor
de los casos sólo podrán atenuar las crecidas, pero que los problemas
subsistirán. Verlo de otra manera nos sirve para empezar a adaptar
la
Ciudad a su realidad inundable. Por ejemplo: ¿tiene sentido volver a cruzar
la avenida Santa Fe con cuerdas y botes? ¿No será el momento de
empezar a construir puentes peatonales? Después, las obras tal vez ayuden
a que se usen una vez cada dos años en vez de usarlos dos veces en una
semana.
Lo mismo con la electricidad. No tiene sentido seguir discutiendo cada vez si
hay o no cortes preventivos en las zonas de riesgo. Es decir, si dejamos la gente
a oscuras o si corremos el riesgo de que alguien muera electrocutado. En muchas
zonas necesitamos tener luces de emergencia.
Por supuesto, no se construye igual en sitios que se inundan que en otros que
van a estar siempre secos. Hay que cambiar los Códigos de Edificación
y de Planeamiento Urbano para adaptarlos a esa realidad. La primera
y más
urgente medida es definir con claridad las zonas con riesgo de inundación
y comenzar a actuar en ellas.
Y cerramos esta nota volviendo al cine. En "Portero de Noche", Dirk
Bogarde y Charlotte Rampling nos muestran una perversa relación entre
el carcelero y su víctima. Entre nosotros, las víctimas
de las crecidas son quienes dan el mejor respaldo a quienes las inundaron. Porque
definir
un área como inundable equivale a hacer bajar el valor de la propiedad
inmueble. En una sociedad en la que el valor de las propiedades
es un
bien más
protegido que la vida, son muchos los inundados que no quieren este
tipo de medidas
y viven pendientes de la próxima (y tal vez inútil) obra mágica.
Acerca
del autor del artículo
Antonio Elio Brailovsky es autor del libro "Buenos
Aires, ciudad inundable",
publicado en coedición Kaicrón-Le Monde
Diplomatique. Profesor Titular en las Universidades de
Buenos Aires y Belgrano. Contacto
antonioeliobrailovsky@yahoo.com.ar
http://www.elistas.net/lista/abrailovsky/archivo/indice/1
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