[Por
arq. Roberto J. Rimoldi] Una
de las equivocaciones que se vienen produciendo consecuentemente
en las obras, es hacer del JEFE DE OBRA un hombre
orquesta, dándole la función técnica,
administrativa y política, cuando la realidad
dice que lo primordial es lo técnico, pues
funcionando correctamente este aspecto, el resto
viene por añadidura.
Es
tanta la papelería que se maneja vía
la burocracia de las empresas y los comitentes públicos,
que el responsable técnico (arquitecto o ingeniero)
pierde capacidad de asumir el rol al que fue convocado,
dando como resultado que en definitiva no cumple
ninguna función en forma correcta, de ahí que
sea visible que los JEFE DE OBRAS son permanentemente
cambiados por no responder a las "expectativas
de las empresas".
Sabido es que hay empresas que para ganar una obra
cotizan valores por debajo de los presupuestos oficiales,
generando la duda en los funcionarios públicos
o privados, si el presupuesto oficial estaba mal calculado, o bien la empresa
está realizando una especulación técnico-económica
con la que posteriormente logrará recuperar lo perdido en su oferta de
licitación, realizando entonces todo tipo de artimaña para poder
sacar adicionales, bajar la calidad de los materiales de obra, efectuar trabajos
distintos a los previstos con otros parámetros técnicos distintos,
con lo cual debido a las fallas del pliego (que siempre las hay) abusará y
recuperará con "su socio del silencio", (el funcionario de turno),
todo su balance negativo original.
Este infierno de precios mal calculados (a sabiendas del empresario), originará una
carrera contra los subcontratistas que se verán presionados a tomar obras
por valores también despreciables, pero con la complicidad de quien le
da el trabajo, de reconocerle aquellas mejoras que aquel logre. Situación
que en muchos caso lleva a la quiebra de estos microempresarios que por consiguiente
dejan un tendal de deudores tanto de materiales o salarios difíciles de
cobrar.
Este leonino y perverso sistema, impera libre de culpa y cargo por las consabidas
liviandades de los que controlan, y de los que dictan justicia, sumado a ello
las necesidades de las elecciones próximas que todo perdonan con tal que
el candidato pueda mostrar algo, aunque esto mañana sea un desastre, pues
seguramente ya no estará y será otro el que deberá cargar
con la mochila de problemas. Entonces aquí mi pregunta: ¿sólo
el político es culpable de la mala administración o los empresarios
no tienen también esta cuota de responsabilidad?
Pero volvamos a la figura del JEFE DE OBRA. En los últimos años
cuando explotó la construcción luego de casi 30 años de
inoperancia total, ninguna obra de las que se realizaron contaban con no menos
de 2 técnicos profesionales de 1ra. categoría, precisamente porque
las grandes empresas no querían que la obra sucumbiera en la papelería
absurda en las que a veces se envolvían, logrando de esa manera repartir
las cargas del trabajo, inclusive en las obras conformadas por empresas en Unión
Transitoria.
Además, ninguno de los dos responsables confeccionaba el certificado de
obra, solamente daban sus mediciones de acuerdo a su conocimiento, pero el verdadero
certificador pertenecía a la Dirección de Obra que tampoco era
el Director de Obra, sino un profesional dedicado a esa responsabilidad. Esto
tenía dos lecturas, la primera quitar la presión sobre los ejecutores
de la obra de la semana de certificación perdiendo de esta manera el control
y el desarrollo de la obra, la segunda evitar acuerdos poco transparentes entre
ambas partes (jefatura de obra y Dirección de obra en perjuicio del comitente).
Cuando los tiempos de obra tomaron relevancia por los altísimos costos
fijos, aparecieron los Gerenciadores de Obra, cuyo único cometido era
controlar el desarrollo día a día del avance de obra, realizar
los diferentes ajustes entre contratos y la coordinación de los mismos,
midiendo permanentemente las desviaciones económicas que iban surgiendo
y dando cuenta de esto a los Bancos que financiaban y a los Inversores o Comitentes.
Tal era el control, que la curva que se realizaba en la firma del contrato no
podía ni caer ni subir por encima del 10% de la curva fijada para que
no se les aplicara la multa por inmovilidad de capital en el caso de caída
de curva, o por superarla y tener que salir a buscar financiación el Inversor
para pagar más de lo que había previsto. Esto se denomino, "flujo
de caja" y fue la dominante de los años 90 y con ella se realizaron
la mayor cantidad de metros cuadrados de obra de la historia argentina.
Pero lamentablemente, como suele suceder en esta Argentina bamboleante, lo
que
era bueno, eficiente y lógico fue desarmado.
Y
volvimos a creer que sólo una persona puede
resolver todo, sin equivocarse a pesar de la complejidad
que pueda tener la obra, y la eficiencia sólo
comienza a medirse por un único factor, el
económico, cuando la realidad más elemental
dice que cuando se produce correctamente, la rentabilidad
es su consecuencia.
No
es poniendo el caballo detrás del carro como
se avanza, sino todo lo contrario. Si volvieramos
a pensar un poco, nos daríamos cuenta que
la eficiencia no pasa sólo por tener menor
cantidad de personal, sino tener el justo, pero que
cada uno realice su trabajo con la mayor responsabilidad,
y esto comienza por la cabeza. Tal cual como dice
ese viejo proverbio "el pescado se pudre por
la cabeza", y creo que algo de esto nos está volviendo
a pasar.
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