Artículo por Clara Griot (Rosario, Argentina).
La arquitectura es el reflejo de nuestra cultura, una cultura que es el reflejo de nuestra sociedad. La mía, y la tuya, la de todos. Una cultura que hacemos entre todos; que depende de lo colectivo, pero también de lo propio, de lo vivido.
Construir nuestro propio horizonte cultural, es precisamente eso, es ver más allá. No es alcanzar nuestros límites, es romperlos, atravesarlos; es salir de nuestra caja de cristal en pos de conocer lo desconocido, en pos de encontrar lo que ni siquiera sabíamos que estábamos buscando.
La arquitectura entonces, es eso. Es cruzar esa línea, es despojarnos de lo preconcebido para poder mirar con los ojos limpios de prejuicios y expectativas. Es realizar un viaje. El nuestro.
Viajar, es el principio y el fin de todos y cada uno de los arquitectos, es la mejor universidad que se nos pueda dar, la cual no implica simplemente conocer otras culturas, otras maneras de vivir, otras maneras de pensar, sino también, de qué manera recibimos esos conocimientos, y que hacemos con ellos.
Viajar es un punto de partida y un punto de inflexión. Es una fase formativa, un cambio irreparable en la persona.
Los arquitectos, y los que todavía estamos intentando serlo, aprendemos la importancia de observarlo todo. Esa mirada crítica, que tanto se nos inculca en la universidad, nos ha enseñado que la arquitectura está más allá del simple diseño de una casa o edificio. Se nos ha enseñado a mirar las cosas de manera curiosa, intuitiva, reflexiva.
Y al dejarnos llevar por nuestra intuición, nos permitimos desarrollar nuestra creatividad, la cual nos ayuda a encontrar nuestro potencial en el trabajo, nos ayuda a entender lo que sucede a nuestro alrededor y, por tanto, nos ayuda a crecer.
El desarrollo de la profesión de arquitecto puede llevarse a cabo en múltiples esferas, pero a la vez todo se reduce en una sola, la vida misma y la manera en que decidimos vivirla; esto es así porque la arquitectura forma parte de nuestras vidas desde nuestro primer habitar producido en las cuevas hasta hoy en día. Es algo que nos compete a todos, que nos atraviesa, sin importar dónde uno decida vivirla.
Al comprender entonces que hay distintos modos de habitar, y que todos son válidos, es que concebimos a la arquitectura y a los viajes, como dos disciplinas, o dos términos, que van atados, que no pueden existir por separado, que son, en realidad, parte de la misma cosa.
Un viaje, por tanto, modifica, transforma y madura al individuo en cualquier condición. Es inevitable al viajar sensibilizarse y agudizar la mirada. Tanto para los ya matriculados, como para los que siguen estudiando, muchos de los edificios, paisajes y recorridos, a los que uno se enfrenta son parte de nuestra vida desde hace mucho tiempo, produciéndose un encuentro con viejos conocidos que completa el proceso de aprehensión de la arquitectura, mediante el recorrido y la experiencia sensible de habitar y recorrer un espacio.
Viajar para ver edificios, y conocer ciudades, es una manera de ir en busca de esos viejos amigos y viejos maestros, a quienes hemos admirado y querido desde hace tiempo, pero que hasta entonces no conocíamos en persona. Pero es también lograr que suceda lo contrario.
Que la arquitectura nos transporte en el tiempo y en la historia, nos permita viajar y conocer mundos desconocidos, que ahora ya son propios.
«No existe la arquitectura inmaterial. La realidad de la arquitectura es el cuerpo concreto en el cual formas, volúmenes y espacios están siendo».
Peter Zumthor